CIRUJEO, PANDEMIA Y SUBSISTENCIA EN LOS MÁRGENES DE LA METRÓPOLIS
El circuito de las mercaderías del cirujeo en Argentina a través de la voz de Verónica.
Por Silvia Grinberg y Eduardo Verón
Ilustración por Andrea Paredes (Fuente: https://distintaslatitudes.net/)
Verónica tiene siete hijos, vive como muchos en uno de aquellos barrios que combinan pobreza urbana y degradación ambiental. En marzo de 2020 mientras tomábamos mate en el patio de su casa nos mostraba los ladrillos que había conseguido comprar para mejorar su casa. En abril de 2020, el escenario ya sería otro: el cierre de las ferias y del basural en donde juntaban elementos para la susbsistencia provocaba sus efectos. No podían ni conseguir mercadería, ni venderla. El circuito de las mercancías se había resquebrajado y dejaría a tanto/as mucho/as entre ollas populares y planes. En Mayo de 2021 nos cuenta que “esas ollas son pocas y encima se termina re rápido. Ponele que empieza a las 18:30h y a las 19h ya no hay más”.
La precariedad de la vida en las periferias urbanas de la Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA) no es nueva. Una historia larga puede hacerse siguiendo los rastros de los basurales de la metrópolis. El cirujeo, consistente en recolectar residuos que son útiles para vender o consumir, tampoco es nuevo en la RMBA, y los tiempos de crisis nos recuerdan de este viejo oficio. José León Suárez, donde vive Verónica, hoy es la localidad que ensambla esa historia: la CEAMSE recibe los residuos de toda la RMBA y es también lugar de su recirculación, donde se los devuelve al circuito de las mercancías. Las ferias del conurbano, conformadas vecinos y vecinas tiran mantas o ponen una mesa y arriba de ellas elementos para vender en plazas y veredas, se muestran con desdén y zozobra por TV y son objeto de queja porque mira ellos sí pueden salir y nosotros no, son espacios vitales de recirculación de las mercancías. Son el lugar donde se llevan los productos de la recuperación de residuos; para vender o intercambiar. Unos que se vuelven accesibles porque son usados, fueron cirujeados o conseguidos a bajo costo.
Un circuito de mercancía que es mucho más complejo de lo que se puede imaginar. Muy sucintamente vale decir que, incluye al que rescata y reclama un saber, un oficio. Saber qué rescatar, qué residuo puede volverse mercancía no ocurre sin más. Este es en saber que como en tantos otros oficios es producido en la experiencia y es objeto de enseñanza y aprendizaje. Ese producto vuelve a entrar al mercado cuando es vendido a quienes se ocupan de reacondicionarlo —e incluye otro conjunto de saberes—, para volver a venderlo o intercambiarlo, aunque no sólo, en las ferias. Verónica es una de esas vecinas que vive del cirujeo y del intercambio en la feria. Verónica en ese circuito es quien revende, la intermediaria, la que reacondiciona, la que sabe qué, dónde y cómo vender o intercambiar.
En 2020, debido a las restricciones por la pandemia del COVID-19, encontró limitada la posibilidad de trasladarse hacia los grandes centros urbanos donde recolectaba elementos que le pudieran servir para la venta/intercambio en la feria. Sin embargo, durante el estricto Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) que tuvo lugar en marzo y abril, Verónica recibió bolsas de alimentos que se entregaban en las escuelas. Con estos productos no solo cocinaba para sus hijas, sino que hacía roscas para vender, y con esos ingresos comprar verduras y pollo; aquello que no viene en la bolsa de alimentos. Un año después de aquellas primeras semanas de incertidumbre, miedo y angustia, Verónica sigue sin poder ir a la capital para cirujear y la feria abre intermitentemente, según la fase.
“Saber qué rescatar, qué residuo puede volverse mercancía no ocurre sin más ”
¿Qué tan importante puede ser la feria para Verónica? La feria es vital. Allí consigue verduras y pollo, alimentos primordiales para sus hijas. Mientras que las bolsas de mercadería se reparten, con menor regularidad que en 2020, los alimentos que trae son secos: fideos, arroz, polenta, harina, latas. “Me arreglo con la tarjeta alimentar, eso me re salvó”. Pero aún así, no alcanza, la feria resulta tan imprescindible para completar la alimentación. Las palabras de Verónica adquieren especial densidad: “Lo que pasa, que no haya feria me mató porque ahí conseguía cosas que acá no. Por ejemplo, yo iba y cambiaba algo de mis productos por verdura, leche, carne, frutas o vendía mis cosas y con eso compraba”. Eso mientras cuenta que el pediatra que va los sábados a la Iglesia le dijo que “las nenas están bien, solo que están un poco bajas de peso. La de tres años pesa 10kg y la de siete años 12kg”. Y le dio vitaminas para que le dé hambre”. Y ante la pregunta si ¿ellas suelen no tener hambre?: “No, no, ellas comen, están mucho con las mamaderas, todo el día. Pero cuando hay comida comen. No sé”.
Verónica sabe, este es el lado b de las crisis, de esta pandemia y tiene nombre se llama desnutrición infantil. Por ello, mientras las denostadas ferias cierran, se abren otras. Así continúa: “acá la Mari, la que tiene chanchos, un camión viene y le tira cosas para los chanchos, entonces la Mari nos deja que agarremos cosas nosotros si después le limpiamos y le dejamos ordenado. Entonces muchos vecinos de acá del fondo vamos y todos los que estamos acá tenemos estos productos. Cada dos días tira un camión. Yo los limpio y no están vencidos, nada. Pero acá no se vende esto, tengo que ir más arriba y allá sí porque esos vecinos no se enteran de lo de Mari”.
Verónica pasa a lo de Mari, y recolecta, y si bien ya no se hace la feria en la plaza, esa actividad, como tantas otras, encontró su lugar en la virtualidad y se trasladó al WhatsApp: “también estoy en grupos de personas que vendemos. En un grupo somos como 500. Ahí ponemos las cosas que tenemos para vender y si alguien quiere algo nos escribimos y arreglamos para intercambiar o yo le llevo y me da plata”. En el grupo se suben las fotos de lo que venden, los interesados se comunican con quien lo publican y acuerdan un punto de encuentro para, como relata, el intercambio o la venta. Verónica también trasladó el “puesto” de la feria a la puerta de su casa. Como lo muestra la foto, en la vereda puso una madera arriba de cajones y allí expone los productos que tiene a la venta: ropa y elementos cirujeados y los que recolecta del chanchero.
Verónica sabe que necesita leche, verduras y pollo. Verónica sabe que esos productos son clave para la alimentación de sus hijas. Verónica sabe que esos productos no vienen en la bolsa de mercadería y que tampoco se consiguen en el chanchero. Verónica sabe que son los productos que, si no se puede en los negocios, se consiguen en la feria. Verónica sabe que en su vereda se vende poco/nada. Verónica sabe que muchos de sus vecinos van al chanchero. Verónica también sabe que se vende más si lo ofrece en la entrada del barrio. Verónica sabe por el ASPO no pueden estar allí. Verónica sabe subsistir mediante changas. Verónica no sabe cómo hacer para quedarse en su casa sin trabajar. Verónica se despide recordando “no te olvides la leche si conseguís”.
Dra. Silvia Grinberg es investigadora y Directora del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas CONICET/Escuela de Humanidades-UNSAM. Es doctora en educación y magister sociales.
Mg. Eduardo Verón es asistente de investigación en el Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas CONICET/Escuela de Humanidades-UNSAM. Es magíster en derechos humanos y licenciado en Ciencia Política.
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