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Foto del escritorEduardo Verón

#COVID19: Shock y la perplejidad de los derechos humanos

Por Silvia Grinberg, Eduardo Verón y Eliana Mercedes Bussi

Luego de semanas e incluso meses, el covid19 sigue asumiendo la forma del shock. Como tal, lo primero que esperamos es que pase pronto, mientras nos adentra en una normalidad que vivimos como suspensión. Pero como tantas, el “covid19 shock” no afecta a todos/as por igual. Mientras los pueblos pequeños, serán quizás los elegidos para salir primero de esta suspensión, las grandes urbes no tendrían la misma suerte. Es en las grandes ciudades donde las pestes golpean más fuerte y esta vez no es la excepción.


La Región Metropolitana de Buenos Aires creció al compás de las migraciones de principios del siglo XX, con sus esperanzas y sueños y una particular circulación que trajo enfermedades y pestes. Con ello, ocurriría un reordenamiento territorial que marcaría de modo definitivo nuestra experiencia de la ciudad: la división norte sur de Buenos Aires donde algunas zonas se volverían lugares a evitar.


Las grandes metrópolis crecieron conociendo de fobias y pánicos que, entre otras cuestiones, trajeron las epidemias. Escasez y pestes son probablemente algunas de las pesadillas de nuestra moderna vida urbana. Ambas nos tienen en ascuas en estos días. Ambas son las que actuaron en la configuración de aquello que Foucault llamara Biopolítica y gubernamentalidad. La acción política sobre la vida, cuando el Estado toma la vida de la población como blanco objeto y de protección y, por tanto, de control.


El #covid19shock nos encuentra viviendo una escena que en su repetición trae una completa novedad. Nos encuentra con lo que tenemos, nos enfrenta con quiénes somos y hemos sido. Las desigualdades, las fracturas de nuestra geografía urbana, están como venas abiertas, al decir de Galeano. El #covid19shock no ha hecho más que dejarlas al descubierto.


El aislamiento social obligatorio, entre otras cuestiones, viene a recordarnos nuestra enorme precariedad de nuestros sistemas de salud. Hace décadas los hospitales y las escuelas se encuentran en un vaivén sin hamaca, procurando hacer entre las innumerables precariedades que les atraviesan. Las paredes de las escuelas, como las salitas de salud, hace tiempo que comparten medianera en y con las infraestructuras frágiles de los barrios donde todo derecho a la ciudad se pone no solo en entredicho, sino que evidencia su completa vulneración. Aquello que hace años señalara Arendt, como “perplejidades inherentes al concepto de los derechos humanos”. Esa perplejidad que resulta cuando se está frente a injusticias que nos recuerdan que a veces se trata del derecho a tener derechos. Llegamos a ser conscientes de la existencia de un derecho a tener derechos y de un derecho a pertenecer a algún tipo de comunidad organizada, sólo cuando emergieron millones de personas que habían perdido y que no podían recobrar estos derechos por obra de la nueva situación política global. Claro que mientras la autora pensaba en la salida de la segunda guerra, aquí, referimos a decenios en los que esa perplejidad se volvió escena diaria. El covid19 quizá por ese efecto shock lo que hace es exponernos en la perplejidad de lo ya perplejo.


Vecinos haciendo fila para buscar vianda

Mientras, en el mundo global las políticas de seguridad avanzan, desarrollando softwares que permitirían la gestión de la vida post-cuarentena, las escenas de control y protección de la vida se parecen peligrosamente a escenas de ciencia ficción: el patrullaje de policías como la única promesa posible y el tecno-control la respuesta para poder salir del aislamiento. Toda esta situación, nos promete que podremos salir (seguros) de nuestras casas mientras lo más íntimo e ínfimo de la materialidad de nuestros cuerpos es sometido al chequeo vía plataformas, aplicaciones, chips, detectores y algoritmos.




Mientras todo ello se teje como modos de la biopolítica contemporánea, ese derecho a tener derechos se encuentra nuevamente en escena. En la materialidad de la vida de los asentamientos precarios, este derecho a tener derechos que nació al calor de la perplejidad que surge cuando “la calamidad que ha sobrevenido a un creciente número de personas no ha consistido entonces en la pérdida de derechos específicos, sino en la pérdida de una comunidad que quiera y pueda garantizar cualesquiera derechos” (Arendt, 1998)[1]. Es allí donde todo tipo de agenciamientos colectivos se ponen y pusieron en marcha. Como a diario, como hace décadas, es la organización, la comunidad barrial, aquella que puja por garantizar derechos. Es aquí donde es posible entender expresiones como: “nos seguimos cuidando entre todes. Porque sabemos que el barrio cuida al barrio”


Es en los barrios populares – y en especial a las instituciones públicas como la escuela o las salitas de salud-, en donde a través de sus alianzas y luchas -generalmente silenciosas-, que se da la reproducción y producción de la vida. Lejos de los relatos de padecimiento, de criminalidad o, incluso, de cierto romanticismo que como en la película ¿Quién quiere ser millonario? pudieran emerger, ese “nos seguimos cuidando entre todos” no es más que la forma que asumió la política y la gestión de la vida donde el llamado a hacernos y autohacernos deja a los espacios precarios de las grandes urbes, arrojados a resolver en el barrio los problemas que surgen allende sus fronteras.

Cocineros del comedor popular “Merendero Por Los Niños”

La absoluta o casi nula infraestructura urbana, y la precariedad en el acceso a los servicios públicos obligan a permanentes y silenciosas acciones por parte de individuos e instituciones. Las “mesas barriales” hace años se están ocupando de resolver aquello que como decía con Nair, un adolescente del barrio, “estamos mostrando como algo escondido que había ahí y que nadie, ningún gobierno ni nada se hizo cargo de eso”.


No es el covid19 lo que está generando las largas colas, ni el dificilísimo acceso a la salud, ni la presencia de mucha gente en los comedores comunitarios, ni el hacinamiento, ni jugar en las calles; tampoco a las mujeres cocinando juntas, ni a los/as docentes ocupándose de la comida, de las familias, de los/as jóvenes. Nada, nada de ello es nuevo. No lo es tampoco la pérdida de derechos, los reclamos sobre los mismos, y ni siquiera la comunidad haciendo o buscando los modos de procurar su propia seguridad luego de la innumerable cantidad de veces que la pierde.


El covid19 lo ha expuesto, lo sacó de su suspensión. La pregunta que deberemos hacernos es si en el siglo XXI estaremos dispuestos a hacer algo para torcer esa perplejidad.


Silvia Grinberg Doctora en Educación (UBA). Directora del Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas (LICH). Docente/investigadora UNSAM-CONICET Eduardo Verón Magister en Derechos Humanos y democratización en América Latina (UNSAM-CIEP). Asistente de investigación en Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas (LICH-UNSAM). Eliana Mercedes Bussi Licenciada en Educación y doctoranda (UBA). Miembro de Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas (LICH-UNSAM)




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